Así comienza Mala suerte si ando solo de Rogelio Alaniz

Llegamos a fin del año 2022 y cabe destacar una de las últimas novedades editoriales que viene pisando fuerte entre sus lectores, es la nueva novela Mala suerte si ando solo de Rogelio Alaniz.

Su autor es un destacado periodista santafesino, escritor y profesor universitario que, en esta oportunidad, nos presenta un personaje muy peculiar del mundo del hampa que se ha hecho a sí mismo con valentía pero sin prejuicios.

Les adelantamos en exclusiva, gracias a la generosidad de la editorial Palabrava, el comienzo del libro que estamos seguros los dejará con ganas de seguir leyendo!

Ayer cumplí setenta años. Vivo solo y lo celebré solo. Nadie me llamó por teléfono, nadie me escribió una tarjeta o una carta. Nadie se ocupó de maldecirme o desearme lo peor. Si dentro de un rato o mañana me muriera, muy pocas personas se enterarían de la nove­dad. Y de ese puñado de personas, lo que puedo asegurarles es que ninguna me quiere, si es que la palabra querer le está permitida a un tipo como yo. Lo repito: estoy solo. No me quejo, pero tampoco lo festejo. A la soledad me la busqué. Para bien o para mal hice todo lo necesario para llegar a este lugar. Las pocas personas que están a mi lado lo hacen porque les pago, porque me necesitan o porque me tienen miedo. Miedo. Sospecho que es el sentimiento más perdura­ble que he podido despertar a mi alrededor. A veces me lo propuse; a veces me salió bien sin querer porque supongo que a la corta o a la larga uno inspira los sentimientos que se merece. Que mis enemi­gos me hayan tenido miedo, nunca me hizo perder el sueño. Sí me preocupó que las pocas personas que quise me hayan tenido miedo. Dicho esto, agrego que alguna vez hubo personas que me quisieron. No les fue bien. Algunos o algunas se arrepintieron de haberlo he­cho. Otras, muy pocas, fueron leales, pero el que no fue leal fui yo. Las dos o tres personas que a mi manera quise, no se enteraron de la novedad. Y si se enteraron, no me creyeron. Y supongo que tenían buenas razones para no creerme. Todo esto lo digo sin orgullo y sin culpas. Y lo digo con la seguridad que dispone quien a esta altura de la vida carece de ilusiones y esperanzas. En realidad, y para serles sincero, les confieso que ilusiones y esperanzas no recuerdo haber tenido. Sí tuve ambiciones. Y fui ambicioso porque siempre me res­peté. Soy de los que creen que nadie puede ambicionar algo en la vida si no se respeta. Y en esta vida, por lo menos la vida que me tocó vivir, respetarse y hacerse respetar es más o menos lo mismo. Después, muchos años después, aprendí que mi ambición tenía un nombre: poder. Para bien o para mal nunca creí en otra cosa. Todo lo que hice y dejé de hacer fue en nombre de esa fe. Sé que el poder cobra sus tributos. El más alto es la soledad. Nunca me costó mu­cho pagar ese precio porque solo estuve siempre. No sé cuándo me voy a morir, pero supongo que no faltará mucho. La muerte no me asusta. Nunca me asustó. Pero me gusta la vida y desde pibe, desde muy pibe, aprendí a defenderla. Y a juzgar por los resultados no lo hice mal. Sé, como cualquier hijo de buena vecina, que alguna vez nos morimos. Lo que no sé es cómo llegará la muerte. Posiblemente sea antes de que alcance el nuevo milenio. No sé si moriré en una cama. O si alguno de mis enemigos logrará hacer aquello que durante años intentaron hacer muchos, pero no pudieron porque yo fui más rápido o porque tuve un poco más de suerte. Siempre tomé precauciones para cuidar el cuero. No hubiera llegado a los setenta años si no lo hubiese hecho. Pero siempre supe que a un tipo como yo, en algún momento, lo traicionan. Los tres hombres que hoy cuidan mi casa los elegí personalmente. Sé que responden no porque sean leales, sino porque están muy bien pagos. Pero también sé que en esta vida siempre hay alguien dispuesto a pagar un poco más…

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