Prestame tus ojos… para ver mi niña interior

Por Daniela Rago*

Este nuevo artículo que publico hoy, Mujeres 5.0, es por lejos el que más me ha emocionado, y ojalá les suceda lo mismo al leerlo.

Voy a compartirles una joyita increíble escrita por mi amiga Viviana Rosenzwit, una Mujer 5.0, que nos habla de la profunda relación madre e hija y cómo ese vínculo la acompaña a través de cada momento de su vida.

El microrrelato se llama Prestame tus ojos, y por qué no tomarlo prestado para relacionarlo con la necesidad de conectar y mirar cómo se encuentra hoy, a los cincuenta años, nuestra niña interior. Esa niña quien para algunas fue el bastón de su madre, para otras la negada mirada de una figura paterna ausente, en otros casos una niña feliz con la infancia repleta de mimos, cuidados y límites sanadores. Hay miles y miles de vidas diferentes en esas niñas interiores.

El tema aquí es poder relacionarlo con nuestra etapa de la vida. A los cincuenta nos llega, en el mejor de los casos, el momento tan esperado de plenitud, contemplación, meditación y paz necesario para poder darnos el lugar de sanar y comunicarnos con nuestra niña interior.

¿A qué llamamos nuestra niña interior? Nuestra niña interior es una parte antigua de nosotras mismas, que se va formando desde nuestro origen, es un símbolo mental que nos conecta directamente con todos estos recuerdos infantiles. No solamente nos vincula con nuestro interior, lo que ya en sí es algo importantísimo, sino que también nos proporciona una forma amorosa de ¡reparar nuestro pasado! La niña interior es como si fuera tu corazón donde podés nutrir el alma, un ida y vuelta entre vos y tu niña interior, tu pasado, tus relaciones infantiles, tus lazos maternos y paternos, todo aquello que marcó tu infancia.

Se recrea en forma de emociones, pensamientos y sentimientos ante determinados momentos y circunstancias de la vida que la activan. Como ya lo dije antes, todas tenemos heridas emocionales en la infancia que no pudimos resolver o fuimos resolviendo de a poco. 

Pero atención Mujeres 5.0, porque si estas vivencias no fueron reparadas a tiempo, nuestra niña quedó dañada. Y qué buen momento es nuestra etapa para conectarnos con ella y elaborar lo que fue lastimado y herido.

Esta niña interior simboliza tu capacidad de entrega y de amor, vive todo de una forma libre, impulsiva, sin reflexión pero libre al fin. Pero lamentablemente, la experiencia, los años vividos y sus consecuencias hacen que vaya reprimiendo sus impulsos. Se va “encorsetando”. Y estas emociones reprimidas son las que luego provocan tantas dolencias físicas y psíquicas.

Esta niña interior necesita apoyo, cariño, protección, explicarle bien las cosas, desculpabilizarla de todo lo pasado y quién mejor que una Mujer 5.0 para sanar (y sanarse a sí misma) a la niña que fue para recrear la mujer de hoy.

Como mujeres pacientes y sabias que somos, que ya podemos hacer un camino interno más profundo, comencemos conociendo a nuestra niña interior, para luego cuidarla, mimarla y protegerla de lo que sea necesario.

Aquí les propongo realizar un breve viaje a nuestro interior y preguntarle a esta personita de nuestra infancia qué necesitaba, cómo le hubiera gustado llegar a nuestros cincuenta años y qué sueños quería cumplir.

Estamos a tiempo, siempre y cuando la conexión sea tan profunda que podamos pedirle a nuestros padres infantiles que nos presten su mirada, su visión de las cosas… sus ojos, con los cuales miraron a esa niña desde su nacimiento y seguramente la amaron tanto como pudieron.

Daniela Rago en la radio Mujeres 5.0

Mi propuesta es Prestame tus ojospara ver mi niña interior. ¡Y después me cuentan cómo les fue en ese reencuentro! Las dejo con el relato:

Prestame tus ojos, por Viviana Rosenzwit

Mi mamá siempre tuvo problemas con la vista, la miopía se le iba acrecentando con los años. De grande se le sumaron las cataratas; pero gracias al avance de la medicina llegó a operarse con láser en un acto de valentía absoluta. “Al final era una pavada”, me dijo luego de la intervención, con una media sonrisa que todavía le temblaba en la comisura de la boca.

Desde que tengo memoria o quizás desde que comencé a leer y escribir, no lo sé, mamá me pedía que le prestara mis ojos. Recuerdo su frase: “Hija vení, prestame tus ojos para…” leer una receta, una factura de servicios, alguna carta que llegaba por correo, hilvanar la aguja, ojear un libro. Y yo corría ante su demanda tratando de complacerla, sintiendo que tenía un privilegio del cuál ella carecía.

Siempre usó anteojos, los de ver de cerca y los de lejos, y luego los dos en uno solo, pero claro, nunca se acordaba adónde los había dejado y sin ellos era imposible ver nada. Además, habitualmente tenían algún problema porque no se ajustaban bien a su visión. La llevaba a distintos oftalmólogos para acortar su dificultad, para que no necesitara vivir con los ojos prestados, pero nada resultó.

“Prestarle mis ojos” se convirtió en nuestro ritual, y despertó distintos tipos de humores a medida que fui creciendo y que la vida pasaba. De niña, corría a su llamado, yo era importante, ayudaba a mi mamá. Me convertí en señorita: ¡ay no tener una hermana que me suplante por un rato!  Y de grande, pasados los cuarenta años, yo también usé anteojos, el universo empezaba a volverse difuso, a acercarnos; intenté hacer lo mejor que pude… no fue fácil. Nunca es fácil.

Sus últimos días, le leí un libro que le encantó, “El corazón se enlaza a otro para seguir andando”. Lo dejé sobre la mesa de luz del sanatorio pero cuando llegué a la mañana siguiente, el libro seguía ahí, cerrado, con la marca puesta en la página 82, esperando mis ojos para ser leído. Mamá volteó la cabeza y yo interpreté su ruego en silencio: “Prestame tus ojos”.

Ahora estoy aquí esperando los ojos de mi hija. A mí también se me opacó la vista. Pero ella no viene, y es probable que no intente llegar. Yo sé que no es fácil, nunca es fácil.

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* Daniela Rago es Lic. en Psicopedagogía y RRPP, creadora y conductora de Mujeres 5.0

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