Un autor griego que escribía en sueco

Por Irma Carbia*

Theodor Kaliffatides: Un nombre extraño en sí mismo, y más si no es muy conocido literariamente. De lo que no dudamos es de que es griego. Su apellido suena a Egeo y a Partenón. Sin embargo, sus traducciones son del sueco. Más extraño aún.

A mí me llegó su nombre a través de una cita de uno de sus libros que alguien me pasó: “Nadie debería escribir después de los 75 años”, cito de memoria. Me llamó la atención. Nunca había leído que alguien pusiera término a una tarea como la creación. Me hizo acordar a los obispos y a los jueces que tienen el mismo límite para ejercer sus funciones. Pero un escritor, un creador, ¿qué límites puede tener para seguir inventando fantasías?

Averigüé y hallé otro texto suyo: Otra vida por vivir de Theodor Kaliffatides. Dato concreto y contundente. Pero a mí no me decía nada. A lista de espera. Tenía otros libros, varios, también en lista de espera, pero de pronto decidí que tenía que leerlo ya. Si no fuera porque quería que me durara un poco más, lo termino de una sentada.

Me encontré con un texto bastante autobiográfico, si no lo es del todo, escrito con suavidad, con un lenguaje y un párrafo que invita a seguir en el pasado evocado, y en la realidad actual del protagonista, sin sobresaltos, con intimidad. Un libro que va diciendo muchas cosas, sin estridencias, sin efectismos, fluyendo todo, como fluye la vida. En el texto, el protagonista –el propio Kaliffatides– nos cuenta que decidió cerrar su estudio de escritor en el centro de Estocolmo, y retirarse de lo que por muchos años, prácticamente su vida entera fue “su trabajo”: escribir, ser escritor. Siente que no tiene nada para decir ya, que no hay una idea que le ronde como para ponerse a escribir. Que está seco, terminado y cierra su estudio. Ya no le sirve, ya no tiene sentido ir todas las mañanas hasta el centro, si sabe, o siente, que no va a escribir más, que no puede.

Su esposa es sueca, y es una mujer, cálida y comprensiva, que tiene muy en claro el momento de la vida en que están ambos y, no con resignación, sino con aceptación, sigue feliz y alegre a su lado. El protagonista es bastante solitario y carga con toda una historia; ella es vivaz y alegre, le permite sus cosas, sus libertades, sin estar ninguno encima del otro.

Cerrar su propio estudio, lo sumerge un poco más en la soledad, se pregunta qué hará de ahora en más, y también, por qué no puede escribir. Su esposa le dice que va a tener más tiempo para cosas que le gusta hacer. No sirve de consuelo, y ella lo sabe, pero alivia momentos tensos.

Con todo este peso, el protagonista empieza a recordar momentos de su pasado, los analiza, los goza o los sufre. Así sabemos que es un migrante griego, que ha tenido que dejar su país y que recaló en Suecia, a quien adoptó como propio, sobre todo a través de su lengua, a la que ama. Solo escribe en sueco. Su mujer y sus hijos y sus nietos son suecos, y él está feliz de que así sea, pero no deja de sentirse un extranjero. Nadie se lo hace sentir en realidad. Ha estudiado en Suecia, ha escrito muchos libros en sueco, da clase en la universidad, pero es él el que no deja de sentirse un emigrado, y ese es uno de los grandes temas de la novela. Está tratado con nostalgia pero sin reproche. Entiende que los otros digan “ahí va el griego”, y sabe que no es despectivo, que es solo una forma de identificarlo, nada más. Lo que siente no es la diferencia con ese país, sino la falta del propio. No ha perdido ni quiere perder su lengua, último refugio de todo pueblo, pero no se las ha transmitido a sus hijos, porque no son griegos, son suecos.

Todo el libro recala permanentemente en el tema del emigrante, de la vejez, de lo que ya pasó, de todas esas cosas de las que en algún momento de la vida nos toca hablar. Me deleitó su lectura, y casi diría que deja paz por la naturalidad con que todo es tratado. No hay grandes emociones, es cierto, pero tampoco amarguras.

Después leí también, y porque éste me gustó mucho, Un nuevo país al otro lado de la ventana. Un título un poco largo. Este casi lo termino antes que el anterior. En realidad los dos son libros muy cortos, sobre todo para ser novelas. Este es totalmente autobiográfico, y así lo reconoce el propio Kaliffatides. Narra simplemente la vuelta a Atenas con su mujer para visitar su pueblo. También visita a una tía vieja, única pariente que le queda. Es de una gran profundidad el relato de este encuentro, donde él puede retomar su lengua sin posibilidad de que otra interfiera. Su tía no habla inglés siquiera, y menos sueco. Su mujer usa las pocas palabras que conoce, pero hacen que la tía se sienta feliz. Al despedirse, le dice que será seguramente la última vez que se vean. Un poco de tristeza, pero mucha realidad, y sin gestos grandilocuentes. Es así, natural.

Vaga por su Atenas, aunque él en realidad es de un pueblo cercano, pero allí estudió y vivió de joven. Las calles, la gente que oye al pasar a su lado hablando su lengua, el olor a café fuerte de los bares, le dan algo que le faltaba. Y otra vez el sentido de la extranjería. La emigración presente. Unos jóvenes pasan a su lado hablando en griego y hacen referencia a que “el extranjero no entiende”. Él entiende, y le dan ganas de decírselos, pero para qué. Siente que es extranjero en su patria de adopción tanto como en su patria de origen.

Intenta escribir, en el hotel donde se aloja con su mujer, en los bares del puerto. Ni una línea, ni una palabra para comenzar, ni una idea que sienta que puede desarrollar. Y comienza a sentir que hay un vacío, una angustia muy grande. De pronto pone, sin saber por qué, en su portátil, una palabra en griego. Y empieza, y siente que puede, que todo fluye. Vuelve al sueco con la misma frase, la misma idea, y no hay palabra para continuarla. Entonces decide cambiar el teclado al griego, definitivamente. Y su obra, de ahí en más, estará escrita en griego. Eso le faltaba. Recuperar ese origen que solo la palabra nos da, para dejarse de sentir extranjero, aun en su patria.

El texto, breve, es un canto al revivir, a encontrar lo que falta, a lograr sentirse uno mismo, completo, y sin tener que rechazar ninguna de las cosas –las lenguas– que la vida nos fue poniendo por delante. Otra joyita del autor griego que escribía en sueco.

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*Irma Carbia nació en Buenos Aires, Argentina. Es escritora y profesora en Letras por la Universidad del Salvador.

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