Comentario de Las dos comparsas Relatos de esquila de Romy Espinoza

Por Liliana Allami*

Soy mujer de ciudad. Y al empezar a leer este libro, Las dos comparsas Relatos de esquila, se me hizo más clara la evidencia. No vivo rodeada de cerros, ni puedo ver la luz de esos amaneceres, ni conozco ni siento esos duros inviernos, ni el sonido de vientos despiadados, ni la nieve cubriéndolo todo. Sin embargo, el mundo narrativo de Romy Espinoza, me hizo emprender un viaje a través de esos caminos desolados y, sobre todo, a través de las almas de esos esquiladores que, separándose de sus familias por un tiempo tan largo, van en busca de un sustento.

Desde esta ciudad en la que vivo, bajo el calor de un techo, pude sentir la resignación, la aceptación y la nostalgia de esos hombres rudos roídos por la necesidad y la miseria.

El escritor, supo extraer poesía desde tanto dolor, tanta soledad y tanto frío. Y el Espinoza que canta y sabe arrancar melodiosos acordes a la guitarra –yo nunca lo escuché, pero eso me cuentan– musicalizó el viaje dándole voz a esos seres aguantadores, trenzándolos en diálogos no exentos de ternura, de picardía, de humor y de añoranza.

Añoranza por lo que se deja tanto al ir como al volver. Después de todo, ¿cuál es el paisaje en donde son más ellos mismos? ¿En sus casas, con la mujer que demanda y los gurises encima? –gurises que los esperan con algún regalo pero que nunca llega porque, a pesar de tanto sacrificio, ni para eso alcanza–, ¿o son más ellos mismos en los galpones, en el tiempo de la esquila, junto a sus compañeros, pasándose el mate de mano en mano, compartiendo anécdotas, contando con ilusión las latas que puedan hacer cada jornada, sintiéndose orgullosos –la verdad, semejante trabajo no es para cualquiera– porque finalmente van a proveer alimento a aquellas bocas hambrientas?

Añoranza, también, por los sueños perdidos, porque el presente se reduce a un viaje en el cual, como bien dice Espinoza, la pasajera es la necesidad. Desde Corrientes a la Patagonia brava y después el regreso. Mirados a través de esos ojos llenos de “huellas de soledades” esos caminos están cargados de incertidumbre y de melancolía. Al volver, después de tanta lejanía y tanto frío, a esos mismos ojos les cuesta reconocer su propio entorno. Tal vez por la misma dualidad de estar aquí y de estar allá. Golondrinas, como poéticamente se llama a estos peones –aunque como bien dice Sandra Pien en la contratapa este trabajo duro poco de poesía involucre–. Golondrinas que volverán cada año pero ya no volverán a ser los mismos.

Detengámonos, si no en Ceferino y la Charly, dos caras de una misma moneda. Ceferino Montiel, el hombre que amaba las dos comparsas. Pasión por los carnavales –donde secretamente se transformaba en la Charly– y pasión por “integrar la comparsa de esquiladores que todos los años va al Sur para realizar la zafra”.Un alma dividida en dos. También dos acepciones y tan disímiles para la palabra comparsa: en una el movimiento, la alegría, los colores; en la otra el trabajo duro, los recuerdos apretados en algún lugar del cuerpo, el frío. Escindidas también las almas de estos hombres a los que, al regresar, hasta les cuesta reconocerse en los espejos.

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*Liliana Allami es una destacada escritora oriunda de la Ciudad de Buenos Aires, Argentina, donde reside actualmente. Su nuevo libro de cuentos Cuando el sol empieza a caer será lanzado en la próxima Feria Internacional de Buenos Aires 2024.

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